En la parrilla televisiva actual, seamos sinceros, hay pocas series capaces de enganchar al espectador desde el primer capítulo y mantener ese efecto casi narcótico que impulsa, que obliga a no despegarse de la pantalla hasta acabar de ver qué le depara al protagonista.
Por fortuna, hay excepciones a la pauta general de la telebasura, hay algo más que los dramones lacrimógenos típicos y las series que insisten en basarse en episodios de la historia que trastocan y confunden de continuo.
Como decía, hay excepciones a la regla. Y una de ellas es Breaking Bad.
Ambientada en la época actual y situada en el Sur de Estados Unidos, la trama de la serie radica en las causas y consecuencias de las decisiones de un hombre llevado al límite, un hombre, el protagonista, llamado Walter White.
Walter es un profesor de química de instituto en Nuevo México, pese a haber cursado estudios de alto nivel en dicha disciplina y ser una eminencia en el campo. Su vida transcurre de forma normal junto a su mujer, una contable de una empresa de la zona que está embarazada, y su hijo, un discapacitado con una enfermedad degenerativa cerebral. Todo es en apariencia sencillo, monótono, tranquilo...hasta que se le diagnostica un cáncer de pulmón, momento en el que comienza la primera temporada.
Viéndose incapaz de pagarse un tratamiento capaz de frenar la enfermedad debido al abuso ya conocido por todos de las aseguradoras de salud norteamericanas, que le niegan su auxilio más allá de cuidados paliativos de la más ínfima calidad, y temiendo que a su muerte, cosa que da por supuesto, no le deje a su familia nada a lo que atenerse o con lo que tirar hacia delante en términos económicos, nuestro protagonista decide dedicarse a fabricar metanfetamina a gran escala y ganar mucho dinero en poco tiempo, de forma que pueda salir de todas las deudas que le acechan.
Decidido en su empeño y teniendo en cuenta el alto conocimiento de química que posee, la sustancia que produce resulta ser de una pureza casi total y de un color azul nada característico, lo que desencadena una reacción inmediata por parte de traficantes, adictos y policías, entre los cuales se halla su cuñado, famoso jefe del departamento anti droga de Albuquerque.
La vorágine de odios, mentiras, secretos, peligros, trucos, combates y deshonras, así como brutal cambio físico y mental al que se verá expuesto el protagonista al adentrarse en el mundo de la fabricación y venta de drogas acabarán por llevarle al límite de sus capacidades, destrozando todo lo que ama a su paso, haciendo que el ganar enormes cantidades de dinero sea siempre a cuenta de terribles amenazas, de un pago en calidad de vida cada vez más preocupante.
La serie nos pone delante de un hombre que se ve obligado constantemente a saltarse la ley en contra de sus principios más primarios, a engañar a su esposa y manipular a su familia para conseguir no volverse loco, a ser capaz de lidiar con constantes situaciones en las que su vida pende de un hilo y a mantener siempre en secreto todas sus actividades.
El mundo que toca, el de la droga en los estados sureños de Estados Unidos, es demencial.
Las imágenes de yonkis con las caras deformes por la meta, del calvario que conlleva para las comunidades la existencia de los mercados de droga, del sufrimiento del protagonista por adentrarse en un mundo cuyas reglas más simples le son totalmente desconocidas, etc son constantes, creando una tensión que no te abandona al acabar el capítulo, que te hace partícipe de las andanzas del protagonista, que te obliga a posicionarte más allá del mero trámite de ser espectador.
No hay salida para Walt como no la hay para ti. Hay que seguir hacia delante, él luchando cada vez más duro, volviéndose loco y perdiendo o ganándolo todo, y tú a su lado, con el corazón en un puño.
triste historia pero buena serie
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