De la peste hablaba Camus como de algo cíclico, periódico, poco menos que inevitable en Orán. En España, quizás por qué, tenemos otra camarilla de gordas ratas portadoras de desgracias desde tiempos inmemoriales. Cánovas y Sagasta, Sagasta y Cánovas. O Rajoys y Rubalcabas. Qué más dará.
Y, como los enflaquecidos y enjaulados habitantes de la ciudad argelina, entre un paro que sube como la espuma del champán de las "élites" políticas y una danza macabra de falsas promesas y sonrisas opulentas de nuestros representantes políticos, nosotros, la calle actual y el futuro por venir, nos planteamos si esto tiene salida o es solo una oleada más de indecencia en el basurero que hoy es nuestra tierra.
Esto es España. Una tierra corrupta llena de ganapanes que llevan años en las mismas poltronas pagadas por todo hijo de vecino, una zona de guerra de la especulación, el soborno y la delincuencia organizada. Tierra de clubs de carreteras y tasas de suicidios que se sitúan entre los más altos porcentajes de toda Europa. Una tierra donde los sindicatos se pelean por ver quien chupa más del bote, quien lame más testículos y quién se asegura un chalet más grande en la sierra sin importar cuántos obreros caigan en la ruina.
Un país donde los políticos se forman en empresas privadas y al acabar sus legislaturas dirigen bancos. Donde los candidatos al gobierno deciden qué preguntas contestar a los ciudadanos y cuándo. Donde se sientan en frente uno del otro los dos principales oponentes por la Moncloa y se ponen a gritarse sin dejarse hablar y sin decir nada realmente, donde la educación y la sanidad son cosas de ricos, donde la desfachatez campa a sus anchas por doquier.
Y si al menos fuera solo España...
Una Europa desgastada, que abandona a sus hermanos mientras se prepara para dejar entrar a su enemigo natural por geografía e historia clásica es la que nos guarda las espaldas. Una Europa de alimañas que se muerden en cuanto una cierra el ojo, donde parpadear no está permitido y tener un pensamiento noble se persigue con perros y se recompensa con cadenas, donde la herencia de nuestros ancestros es dinamitada a diario por palabras como "multiculturalismo", que dañan tanto la convivencia entre culturas como la persistencia de una identidad propia.
Una tierra y una identidad que nos son extrañas, que se nos pegan al cuerpo y nos consumen como una enfermedad, parasitando en nuestra incompetencia ante semejante deshonra.
Nuestro cometido como jóvenes y revolucionarios, como élites de una generación adormecida no es pelear por ver quién se está más callado mientras esa enfermedad llamada "Nueva Europa" se expande por nuestros organismos, ni tampoco reducirnos al absurdo de pelear contra todo y contra todos a tontas y a locas. Es formar tras nuestros escudos de formación y persistencia activa y cargar con nuestras espadas de cultura y honra hacia el mañana. Es reivindicar todo aquello que hizo grande esta nación y este continente.
Un país donde los políticos se forman en empresas privadas y al acabar sus legislaturas dirigen bancos. Donde los candidatos al gobierno deciden qué preguntas contestar a los ciudadanos y cuándo. Donde se sientan en frente uno del otro los dos principales oponentes por la Moncloa y se ponen a gritarse sin dejarse hablar y sin decir nada realmente, donde la educación y la sanidad son cosas de ricos, donde la desfachatez campa a sus anchas por doquier.
Y si al menos fuera solo España...
Una Europa desgastada, que abandona a sus hermanos mientras se prepara para dejar entrar a su enemigo natural por geografía e historia clásica es la que nos guarda las espaldas. Una Europa de alimañas que se muerden en cuanto una cierra el ojo, donde parpadear no está permitido y tener un pensamiento noble se persigue con perros y se recompensa con cadenas, donde la herencia de nuestros ancestros es dinamitada a diario por palabras como "multiculturalismo", que dañan tanto la convivencia entre culturas como la persistencia de una identidad propia.
Una tierra y una identidad que nos son extrañas, que se nos pegan al cuerpo y nos consumen como una enfermedad, parasitando en nuestra incompetencia ante semejante deshonra.
Nuestro cometido como jóvenes y revolucionarios, como élites de una generación adormecida no es pelear por ver quién se está más callado mientras esa enfermedad llamada "Nueva Europa" se expande por nuestros organismos, ni tampoco reducirnos al absurdo de pelear contra todo y contra todos a tontas y a locas. Es formar tras nuestros escudos de formación y persistencia activa y cargar con nuestras espadas de cultura y honra hacia el mañana. Es reivindicar todo aquello que hizo grande esta nación y este continente.
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